lunes, 7 de septiembre de 2009
Dame un lápiz, te dibujaré mi universo.
Era una calle con muchas casas amarillas, verdes, de millones de cubos de colores, un lugar rebosante de alegría, con niños saltando, gritando, parejas besandose, haciendo el amor, mientras los pájaros entonan una canción, una canción que hace años los enamorados escuchaban en su casette. Y allí está él. Sentado. Es el contraste de la felicidad que allí se respira, a esa tristeza que inunda su cara. Ella tiene miedo de acercarse, no le conoce, y sus impresionantes ojos azules le intimidan. "¿Qué hago?"-Se pregunta ella continuamente. Le observa durante mucho rato, luchando contra las manecillas del reloj, sufriendo. Su tristeza la contagia. Si él cae, ella también cae. Extraña compatibilidad. Confidelidad. Amistad. Amor. Y finalmente ella se acerca, temerosa. Él levanta la mirada. La ve. Se miran. Y ya no hay vuelta atrás. Esta completamente e incondicionalmente enamorada. O bueno, quizás es un poquito exagerar, pero ¿sabes? Si él cae, ella también.
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